martes, 30 de octubre de 2012

¡Fibergran, señora! ¡Fi-ber-gran!

Hoy, mientras daba tumbos por ahí, me ido a tropezar con una reliquia radiofónica que forma parte ya del imaginario colectivo de una generación. Lo que en su momento parecía una aburrida disertación sobre cómo poner a andar el vientre se convirtió en una especie de cuña de culto, un minuto de oro que saltó de las ondas a las calles igual que un piojo salta de una cabeza a otra en una guardería.

No puedo recordar cuántas veces rememoré ese momento, en cuantos lugares resonó esa frase una y otra vez para solaz entretenimiento y regocijo del populacho. ¿Sabéis lo más curioso de todo? Que hasta hoy, nunca lo había escuchado. Por si a alguien le ha pasado lo mismo que a mí, aquí os lo dejo.

Esto me dio un poco que pensar. ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Cómo es que sin haberlo visto estuviese en mi cabeza? Imagino que será de tanto oír hablar de él, o por seguir la corriente a la plebe, o por no quedar relegado de las conversaciones. El caso es que la mente colectiva superó a la mía.

Pero bueno, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Porque si hablamos de Ricky Martin y mermelada, el tema roza lo surrealista: todo el mundo había visto como la niña se untaba la mermelada y llamaba al perro. Y curiosamiente cuando se desmintió todo el mundo admitió rápidamente que no había visto el programa. Bajándose rápidamente del carro, no vaya a ser que vuelque.

De momento, voy a aprovechar para repetir con la autoridad del conocimiento: ¡Fibergran, señora, FI-BER-GRAN!

lunes, 29 de octubre de 2012

Voto en blanco

Ejercicio mental: evoque la imagen del político que le gustaría que rigiese su país durante los próximos años. ¿Se le ha quedado la mente en blanco? Que curioso, se queda en blanco en lugar de quedarse en rojo o en azul y a pesar de verlo todo negro. Tal vez eso sea una señal.

¿A qué viene todo esto? Viene a que quiero defender el voto en blanco como una opción válida. Votar en blanco es decir que no creo en ninguna de las opciones que se me ofrecen, que no me gusta este sistema, que no quiero elegir entre un dolor de cabeza y uno de estómago. Y dicho esto, procedo a atacar los cimientos de los dos grandes baluartes en contra del voto en blanco.

Hay una falsa creencia generalizada de que el voto en blanco perjudica a los partidos minoritarios, pero esto solo se dan en casos muy contados. No tengo claro de dónde ha salido, supongo que de alguno de estos partidos minoritarios que querían arañar algún voto despistado.

¿En qué se basa la falacia? En la nombrada y renombrada ley D'hont. En eso, y en que hay una norma que dice que los partidos que tengan menos de un 3% o un 5% (dependiendo de las elecciones) de los votos no entran a repartirse el pastel. Y para el número de votos totales cuentan los votos en blanco, con lo que aumenta el umbral mínimo.

Hasta aquí bien, pero ¿qué opciones tiene un partido que no llega al 5% de los votos de conseguir un diputado? Pues casi nulas, tendría que darse el caso de que los votos estuviesen muy repartidos y se eligiesen muchos representantes, algo que en unas generales o autonómicas no se va a dar. Tal vez en las municipales y aún así no tengo constancia de que haya sucedido. Claro que no me avisan cada vez que cuentan votos.

El otro baluarte es la abstención. El "yo paso de participar". El "esto no va conmigo". ¿Que no va contigo? ¿Pero en qué mundo vives? Da igual que no vayas: van a elegir a alguien y va a ser tu presidente. Quieras o no quieras.

Votar es un derecho, está claro, no una obligación. Eso está fuera de toda duda. Pero si no votas, no vengas a quejarte, porque yo no tengo ninguna obligación de escucharte. Sin embargo, hay un día, un solo día, en el que todo el mundo tiene la obligación de escucharte, a escuchar tu voto. Y si te callas, apechuga. Me da igual a cuantas manifestaciones vayas o cuantas propuestas revolucionas firmas. Habla ahora o calla hasta la siguiente legislatura.