El retorno del currante (II)

La historia se repite. Igual que hace un año. Otra ciudad, otras circunstancias, pero la misma sensación de que no debería estar aquí.

Sí, se me han acabado las vacaciones. Y el primer día es demoledor. Después de holgazanear de forma reiterada y abusiva, el madrugón es como una bofetada. No te quieres levantar, no quieres ir a trabajar, sientes que tu sitio está en la playa, tumbado tranquilamente al sol y no en una oficina delante de un ordenador.

Yo soy feliz en bañador, no de traje. Cada día estoy más convencido de que mi vocación es ser un ermitaño al lado del mar. No me quito de la cabeza al alemán de Camelle.

Llegó allí, aun pueblecillo en plena Costa da Morte y se supone que un desamor lo trastornó. Se dedicó a vivir como un ermitaño, construyendo una especie de museo con lo que el mar devolvía. Cobraba cien pesetas por verlo, y le pedía a los visitantes que le dibujasen algo en un papel. Prentendía construir un rascacielos con los dibujos.

Nunca llegó a hacerlo. Dicen que murió de pena cuando el chapapote del Prestige cubrió la obra de su vida. Puede ser verdad, teniendo en cuenta que solo fue una vez al médico, y porque le había mordido un perro.

Una vida libre, sin ataduras, al margen de la sociedad y al lado del mar. No, no es que me de envidia, debe ser que la vuelta al trabajo me tiene un poco traumatizado. No creo en depresiones postvacacionales, más bien en estar fastidiado por volver a currar.

En fin, a ver si toca la lotería.