Hoy he estado con ellos. He estado entre ellos. El agua estaba fría, casi cortaba la respiración. Pero allí estaban, fundiendo sus destellos plateados con el verde esmeralda del mar. Uno me ha mirado, me ha mirado a los ojos, con esa mirada que sólo un auténtico mújel puede tener. Lo he sentido en mi mente, hablándome sin hablar. Se me ha revelado, me ha dicho que escriba, que cuente, que no quede en el olvido.
Todo empezó tiempo ha. Mucho tiempo. No importa cuanto. Nadie sabe cuanto. Siempre ha ocurrido cerca del mar. Año tras año. Ellos siempre han estado a nuestro lado, aunque sólo se nos han revelado recientemente. Cada año, impulsados por un instinto inconsciente, animal, casi salvaje, nuestras andanzas nos han levado por encima de valles y montañas, a lugares donde se oían sus voces: Lanzada, Ortigueira, Cangas, Panxón, Ribeira, ...
Esto no debe quedar en el olvido. El mújel lo ha dicho. Yó sólo soy su escribano.
Este año la prueba se endureción. La Voz no se oía clara, sus designios eran oscuros. Titubeamos entre Norte y Sur, confusos. El viento del Sur de calmó y la expedición tomó rumbo Norte. Hacia un lugar ya explorado, hacia un pueblo misterioso, cuyo nombre pocos saben a ciencia cierta cómo escribir.
La expedición salió con trabas, agrupada, sin la cobertura de los habituales exploradores, por orden de algún alto mando desconocedor de la situación. Se ignoraron las tradiciones, se hizo oídos sordos a las voces de la sabiduría. Los engendros mecánicos marcaron pautas erráticas, desconocidas, desacertadas. Cundía la desazón en las huestes, desorientadas por las tierras de Iria Flavia, vagando sin rumbo, entre un tumulto de otras gentes.
Pero la Voz del mújel de oía en lontananza, nos acercábamos, muy poco a poco, demasiado poco a poco. Hubo más momentos de debilidad: Taragoña, el área de servicio. Caos y desconcierto. Pero la Voz nos guió, una vez más. Intentamos establecer el campamento base de la fortificación de Coroso, pero llegamos tarde, la plaza estaba ya tomada. En un último esfuerzo, intentamos tomar una jodida colina, pero el calor nos venció.
Finalmente, derrotados y cabizbajos nos retiramos al interior. A un lugar de paz y tranquilidad, regentado por gentes extrañas venidas de más allá de los dominios del Gran Mújel. Establecimos el campamento, en perfecta formación circular. Tiendas y maquinaria. Hombres y bestias.
Satisfechos, nos miramos, y allí estábamos. Un mensajero llegó anunciando la pronta llegada de aquel que por primera vez los vio. Y no venía sólo.
Y así se dio por formada La Comunidad del Mújel. Diez valientes, diez elegidos para escuchar su voz, para encontrarse con él, para fundirse con él.
Muchas aventuras ocurrieron en esta Comunidad, que deberán ser escritas y contadas. Pero de momento, es otra historia
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