lunes, 19 de mayo de 2008

El tren

Aquellas nubes negras que se adivinaban en el horizonte anticipaban la amenaza de lluvia. Pero aún tardarían en llegar, así que tirando del asa de nuestras maletas comenzamos el camino, como un paseo. Al llegar, nada más atravesar el umbral de la puerta, el tiempo se detuvo.

Todo a mi alrededor dejó aparentemente de existir. La gente que estaba a mi lado ya no parecía estarlo, los sonidos parecían desvanecerse en un eco mortecino que apenas llegaba a mis oídos ...

Y es que hay lugares que no pertenecen a nadie, que no se pueden situar en ningún mapa, lugares que no se pueden ubicar en un momento determinado del tiempo. Lugares en los que tu vida transcurrió, y sigue transcurriendo. En diferentes momentos y diferentes sitios, pero en el mismo lugar.

Y uno de esos lugares es una estación de tren. No importa donde esté, no importa cuando sea. Te acercas al andén y vuelves a ser el mismo que eras hace pocos o muchos años, en esta o en aquella ciudad.

Observé las vías. No importaba ya la ciudad, o la hora. No importaba si yo era aquel niño boquiabierto agarrado de la mano de su madre. No importaba si yo era aquel adolescente, aprendiz de adulto, que cargaba con su mochila mientras miraba con nostalgia lo que quedaba en el andén. No importaba si era yo aquel aventurero que, con una mochila nueva, se lanzaba a ver el mundo.

Esta vez era el hombre encorbatado atado a un portátil. Pero eso ya no importaba, porque la sensación era la misma. Era de nuevo niño, adolescente y hombre. No sabría deciros qué habría aparecido si me hubiese mirado en un espejo.

Este tren ridiculiza las distancias, vuela sin despegar, es una bala plateada que corta el verde silencio de las montañas. Pero nada ha cambiado. No importa que sean otros paisajes, otros asientos, otros destinos. Nada ha cambiado ...

13 comentarios:

Petrosky dijo...

Joder que sentimental estás, es quitarte un puente y te pones de un morriñento que... Ni que echaras de menos aquellos domingos en un tren abarrotado, a veces sentados en el suelo o en la zona de carga como si fuesemos refugiados de un conflicto.

Aunque he de reconocer que frente a otros medios de transporte el tren tiene un encanto especial, no se si por experiencias personales o si a todo el mundo le sucede lo mismo, pero las anécdotas son muchas, la mejor que recuerdo ahora mismo es la de guardar el papel de aluminio que envolvía un bocadillo para hacerle un sandwich a Sir Robin con las vituallas que yo portaba, ya que no le daban de cenar en la residencia y no llevaba viveres, y el comentario de un yonqui que viajaba a un metro escaso de nosotros:

"Guarda, guarda, pa después" (entonación de colgado)

Desde aquí lanzo una pregunta al aire para ver si es verdad que tenía tan mala pinta en aquel entonces.

Diancecht dijo...

Sí, tenías muy mala pinta.

Casi eran peores las vueltas, sobre todo si tocaba Navidad o Semana Santa, que además de la resaca de turno, tocaba pelearse con mochilas y macutos contra una turba enfurecida loca por coger sitio en el tren.

Pero no siempre era así, ¿y lo que molaban los amaneceres en la estación de Santiago esperando el tren de vuelta de marcha? ¿Y las mafias del andén para capturas asientos? ¿Y los bocatas de chorizo?

Diana dijo...

Hola
Bienvenido al club, al club de los nostálgicos, que como tú tan bien describes, vuelven a vivir viejas vivencias al acercarse a un medio de transporte tan unido a nuestro pasado.
Graciñas por hacer que volviera a recordar lo que era coger un tren, un trasto de tren en León y llegar a Vigo (sí, a Vigo) al día siguiente, agotada, pero ansiosa. Sucia pero feliz.
Playa América me esperaba y la juventud hacía que las 15 horas de tren no fueran nada.
Hoy tengo pocas oportunidades de subir a un tren, por éso: gracias por tu relato
Desde Coruña un bico.
Diana.

Diancecht dijo...

Pues entonces cogías el mismo tren que nosotros, aquel entrañable regional que iba parando en cada pueblecillo o apeadero, y que se tiraba media hora en Redondela para dejar pasar al Talgo.

Es irónico, pero me gustaría volver a hacer ese trayecto, siguiendo el curso del río. Pero a ser posible sin aglomeraciones, que uno ya no tiene edad para esas cosas.

Bicos.

Anónimo dijo...

Aun recurdo la primera vez que cogi un tren sola y casi me muero de hambre por la verguenza que me daba sacar el bocadillo.Recuerdo la sensacion de asfixia provocada por el rubor que tenia en las mejillas.Estaba paralizada y no podia hacer nada.Ahora me rio de aquello y pienso en la cantidad de veces que he pedido yo el bocadillo al camarero del carrito que ofrecia el menu en el tren.

Diancecht dijo...

¡El carrito! Ya se había borrado esa imagen de mi memoria. Claro que normalmente había tanta gente que no podía pasar, pero si recuerdo mirarlo receloso.

Y es que yo también era de los que se llevaba el bocata de casa.

Nothingam dijo...

Para que luego me diga a mi que el sentimental soy yo :P

Diancecht dijo...

Eh, que yo no tengo nada de sentimental. Esto es simplemente un poco de nostalgia.

Nothingam dijo...

Claro, claro, arreglalo ahora

Diancecht dijo...

No tengo nada que arreglar. A cualquiera que sostenga que yo soy sentimental lo emplazo a soltar hombradas y frivolidades en la barra de cualquier bar ...

Dragomira dijo...

Sentimental, más que sentimental...si en el fondo tus bravuconadas no son más que una coraza para mantener tu rol de macho ibérico...pero vamos viendo las fisuras, las grietas en esa armadura que dejan ver un corazoncito...


Cuando quieras te espero en la barra.

Diancecht dijo...

Me parece que aquí la gente va a empezar a recoger los dientes del suelo con los brazos rotos.

Cualquier caballero que se precie debe tener alguna mella en la armadura, signo de su enconadas refriegas en el frente más activo de las más encarnizadas batallas. Pero también debe tener el mandoble preparado por si acaso.

Por cierto, Dragomira. ¿Sigues con lo del teatro? ¿Para cuando la TVG?

Nothingam dijo...

No, si al final sabia yo que ibamos a llegar a las amenazas :P